Por qué debería importarnos la batalla de Apple con el FBI

En nuestra compleja era digital, las tensiones entre las fuerzas del orden y las empresas tecnológicas siguen intensificándose. No subestimo los retos que plantea el terrorismo internacional, sobre todo tras los recientes atentados en todo el mundo. Pero me pregunto: ¿cuál es el control y la supervisión adecuados de las actividades de vigilancia de los organismos encargados de la seguridad nacional y el cumplimiento de la ley?
El mes pasado supimos, por ejemplo, que la CSEC, la agencia de espionaje electrónico de Canadá, violó las leyes de privacidad y que la CSIS, la agencia de inteligencia de seguridad canadiense, obtuvo información sobre los contribuyentes de la CRA sin una orden judicial. Estos ejemplos demuestran que es necesaria una supervisión legal y parlamentaria mucho más sólida.
Necesitamos cabezas frías para analizar cuidadosamente qué información tienen ahora las agencias de seguridad nacional -y cómo la utilizan- antes de proporcionarles más acceso a los datos privados de los canadienses.
Lo que debemos evitar a toda costa son las reacciones precipitadas. Me preocupan mucho, por ejemplo, las sugerencias de comprometer los servicios de cifrado en nombre de la seguridad. Algunos piden puertas traseras que permitan a las fuerzas del orden acceder a los datos cifrados. La batalla legal en curso en Estados Unidos entre la Oficina Federal de Investigación y Apple ilustra los riesgos asociados a la creación de este tipo de puertas traseras. Se trata de un caso crítico con graves implicaciones potenciales para los canadienses.
Se trata del teléfono móvil de uno de los autores del atentado que causó 14 muertos en San Bernardino (California) a finales del año pasado. Cuando el FBI no pudo acceder al iPhone bloqueado, recurrió a un juez federal de California, que ordenó a Apple crear una nueva versión de su sistema operativo. Este "software forense" permitiría al FBI saltarse el código de acceso del iPhone. El problema es que no se pueden tener las dos cosas: la misma puerta que se abre a las fuerzas del orden puede ser abierta por los malos.
El pulso entre Apple y el FBI continúa. El jueves pasado, Apple presentó su respuesta formal a la orden judicial: una petición de anulación. El lunes, la empresa tecnológica ganó una batalla judicial similar contra el FBI en un tribunal de Nueva York. Allí, un magistrado federal denegó las peticiones del gobierno para que Apple extrajera datos de otro iPhone, esta vez, relacionado con un traficante de drogas. Y el martes, Bruce Sewell, consejero general de Apple, y James B. Comey, director del FBI, se enfrentaron en Washington ante el Comité Judicial de la Cámara de Representantes.
Hemos visto a la empresa canadiense Blackberry enfrentarse a demandas similares de gobiernos extranjeros que desean acceder a correos electrónicos, mensajes y otras comunicaciones en nombre de la seguridad nacional. Pero el enfrentamiento entre Apple y el FBI es especialmente preocupante para los canadienses porque está ocurriendo a nuestras puertas, en un país que comparte muchos de nuestros valores.
Este caso, después de todo, no se trata de un iPhone, ni siquiera de todos los iPhones. Es más importante que eso, porque vivimos en una era hiperconectada. ¿Quién puede decir que el siguiente paso no será una orden judicial para desbloquear dispositivos en hogares o coches? Si el tribunal estadounidense falla en contra de Apple, el caso puede sentar un precedente jurídico muy preocupante, aquí y en todo el mundo.